“Me duele la cara de ser tan guapa”

Si hace tan sólo unos días pensaba que en la próxima revisión del diccionario de la RAE se plantearían la inclusión de una foto de Pekín 2008 justo al lado de la definición de “perfección”, ahora creo que no será así. Y es que la obsesión de los chinos por controlar cada uno de los detalles de sus JJOO ha sobrepasado todos los límites (o por lo menos, ha sobrepasado mis límites).

En unas olimpíadas en que han pillado a algún que otro deportista haciendo trampas (como la ciclista española Maribel Moreno), ayer salió a la luz la increíble noticia de que los propios organizadores del evento también nos dieron gato por liebre. Al parecer, la niña que cantó con un vestido rojo Oda a la madre patria tan sólo se limitó a hacer playback, puesto que NO fue ella quien puso la voz a la melodía, sino una compatriota suya, una niña regordeta y sin una sonrisa Profident. Cosa que me parece penosa. ¿Qué es lo que sucede? ¿Es que ya no se lleva eso de que “la belleza está en el interior”?

Ayer hablé del tema con mi hermano, que apuntó: “Pero no te preocupes, ¡hombre! Así es mejor porque el dinero se lo llevarán dos familias distintas” (siempre y cuando, claro está, que cobren algo...). Y yo me pregunto: ¿Dónde está el orgullo de esos padres y el amor incondicional por su querida hija que canta como los ángeles? Lo que importa es su voz, no su aspecto físico y más si tenemos en cuenta su edad… es tan sólo una niña de siete años.

En fin… no sé si mi mensaje tendrá mucha repercusión en una sociedad globalizada que vive enganchada a series tan profundas como Yo soy Betty, la fea (y derivados). Me limito a pensar que programas como Supermodelo han causado un antes y un después, para dejar atrás la realidad y vivir en un mundo artificial del que me niego a formar parte.

Nada, que “Hombres G” y su Me duele la cara de ser tan guapo deberían haber puesto la nota musical a una ceremonia sin falta de humanidad.